La realidad se onduló. Se onduló tanto que en pocos días se replegó sobre sí misma y la sombra de uno se convirtió en la sombra de todos. Solo unos cuantos necios pensaban que estaban a salvo porque veían esa sombra muy lejos y no les preocupaba en absoluto porque además era la sombra de otros. Algunas veces la distancia se calcula así de mal cuando el corazón tiene muchas dioptrías. Los periódicos llevaban semanas diciendo que en oriente comenzaron a desaparecer las notas musicales. No sabían por qué, pero en una gran ciudad habían detectado una especie de brote de silencio en todos los instrumentos musicales, en la música grabada, incluso en la voz humana. Los instrumentos de cuerda, pese a que sus cajas y demás elementos aparentemente estaban en perfecto estado, dejaron de producir nota alguna. Primero lo notaron en la escuela. En el aula de música aquella mañana dejaron de silbar todas las flautas; ni siquiera el triángulo emitía su largo y onírico sonido. Las sintonías de la radio se silenciaron. Allí donde siempre había estado la música, se estaba creando un silencio en forma de agujero negro acústico que lo engullía todo. El mal comenzó a extenderse por las ciudades cercanas. Al principio, el asunto se tomó de una forma poco seria. Sobre todo, por aquellos a quienes ese silencio que corroía el espíritu humano no lo sentían lo suficientemente cerca, lo suficientemente real… y no reconocían la verdadera amenaza. ContinuaráAutoraVictoria Arenas
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